Pasadizos

En uno y otro caso, el amor es un alcázar con pasadizos secretos por donde suelen extraviarse nuestras almas. Gonzalo Fragui(1960)

lunes, agosto 14, 2006

Los rinomicros


Los micros son los rinocerontes de las calles a quienes un astuto comerciante les ha extraído su valioso cuerno y lo cobra día por día a costa de los atolondrados chóferes. Sus ojos despiertan en las noches pero no les sirven para evitar los pozos ni las sartenejas, de manera que los que viajan adentro se sacuden como en una coctelera, o mejor como si se tratara de una maraca que se interpretara por un músico sin ton ni son.

Yo le tengo miedo a los rinomicros porque se bambolean y de repente corren o frenan al mando de un muchachito, una especie de capitán de quince años, que haría las vergüenzas de Verne.

En el vientre de los micros, los pasajeros son como monedas dentro de una apretada faltriquera (de esas que se usan en los pantalones yin por encima del bolsillo delantero) en la que cuesta mucho meter o sacar los dineros, pero donde todos, convertidos en metálico, se sienten valiosos. Claro que habrá los de cincuenta centavos o aquellos de un solo peso, pero no faltará aquél diecentavero que al entrar sentirá acomodarse en un santiamén. Y aquél otro, aristócrata, con su brillo de oro en el centro y sus faldas de níquel, ese de cinco pesos, aleación árabe (aravez colla y aravez camba, me dijeron), que anda como quien es buscado por todos y debe cedérsele el asiento sin más ni más, porque ahora está en el poder, afirman. Y ese sonsote de dos pesos –que viene en diferentes tamaños- y que cuesta de ingresar, y que para salir todas las monedas deben ser extraídas, con pena y con temor de que alguna se derrame, y se quede por ahí sin llegar a su destino.

Pero lo mejor del micro es cuando sin que uno se dé cuenta acaba de subirse la amada –y vos estás apretado por una gorda que no tiene ninguna compasión con tu presencia (la ignora, digamos) y te tiene sin respirar porque no se ha lavado la axila- Entonces, como estás enamorado, y quieres ir muy rápido al lado de la dulcinea, empujas a la gorda –sin querer queriendo, Chavo dixit- y mientras te insulta, y te dice camba’e mierda, y te retea a más no poder, vos te estrujas con tu flaquita, feliz y apretadito detrás del asiento que milagrosamente existe detrás del chofer, parados, claro, empujados, por supuesto, pero felices, en la barriga más calida del ahora bello rinoceronte.

3 Comments:

  • At 12:21 a. m., Anonymous Anónimo said…

    No creo que el asiento detrás del chofer sea el mejor lugar en cuanto al medio ambiente y las posibilidades de respirar con normalidad, menos, si estás ahí después de la 1 de la tarde.
    Yo siempre sufro, cómo sufrooooo; encima soy una estudiante sin educación que odio ceder mi asiento. Así que me siento ahí mismo, mientras me sumerjo en un libro e ignoro todo lo que pasa, claro, no dejo de respirar, desgraciadamente...

     
  • At 9:21 a. m., Blogger Oruro Nogales said…

    Estimada "usuaria anónima", también tenés que mirar el rinomicro como una metáfora de la vida ;=)

     
  • At 2:44 p. m., Blogger Vania B. said…

    Cuando recién llegué a la ciudad de los anillos, viajar en el rinomicro era una aventura, pues cuando no tenía nada que hacer, agarraba al Rodri de la manito y al Sebas que estaba en mi panza (ni modo que lo deje) y nos íbamos a dar un paseo en micro, tomando cualquier micro al azar y hasta donde nos lleve o donde nos aburramos, y luego nos bajábamos y esperábamos otro micro que nos lleve a un lugar conocido como el 7 calles o Entel. Era divertido mirar las calles, la gente y toda la ciudad nueva para nosotros en ese entonces. Desde ese tiempo que tengo mucho respeto por los rinomicreros, que realmente laburan como esclavos dentro de esa lata caliente y movediza.

     

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