Ella lo es todo

Ella lo es todo. En el dintel de la puerta, en el amanecer, en la grama que crece dentro de cualesquiera de las islas-parque de la Avenida Viedma, pegados al globo terráqueo de la Plaza del Estudiante, juntitos en Marea, bailando sin saber cómo en Manicero, y corriendo desesperados nuestros corazones por Sirari, fingiendo que hacemos ejercicios y nos encuentra luchando con su boca por asaltar el cielo, y cuando la oigo llegar y cuando la oigo partir, el olor de su piel, la voz en el teléfono diciendo “vení, estoy sin aliento”. En la atmósfera y sus vendavales, en las estrellas del sur, entre la sábanas de mi ropero que demoran su olor a blanco, en los minutos del agua sobre la cara bajo la ducha, y la toalla y la luz de la lámpara de noche, y los libros que he dejado de leer. Su nombre ya no es su nombre es el nombre de todas las cosas, las cosas ya no son las cosas son prolongación de su cuerpo que acaricio cuando me jabono, cuando la espero en el banco de la plaza y paso la mano sobre la piedra del asiento, mis dedos sobre el equipo de música si escucho un cidí de Led Zeppelín. Mi ánimo sobre la guitarra. En las mágicas armonías de Pink Floyd y en la locura del hard rock. En la oración y en el crepúsculo, en el silencio poblado de pájaros que es la mañana, en el sol y en cada átomo, en el inescrutable cosmos que se guarece bajo la lluvia cuando la amo, justo en el punto donde todos somos en todos, ella lo es todo.